miércoles, 22 de julio de 2015

3- Un nuevo atardecer

 Anochecía en la ciudad, los nuevos motores de reacción limpia aún no habían suplantado por completo a los de combustión y el smog todavía podía respirarse en el aire. Andrés salió de las oficinas de la Unidad de Relocalización de Robots Abandonados y partió rumbo a su casa como tantas otras veces lo había hecho. Debía esquivar a la muchedumbre, enloquecida por regresar lo antes posible a su hogar, que atestaba las calles, y dirigirse rumbo al subterráneo intercontinental. Como todos los días que viajaba en el subterráneo, se acercó a unos veteranos de la infame guerra ferónica que esperaban en la entrada, abandonados por la fuerza que habían jurado proteger. Estaban en la calle a la espera del premio que su nación les había prometido por ir a pelear una guerra injusta. Inhabilitados de por vida para ejercer cualquier función pública por las heridas de guerra, pasaban sus días esperando que el reconocimiento les llegue. No podían hacer mucho, solo esperar en la calle. Andrés les dio unos créditos que tenía preparados en el bolsillo, no tenían dinero para comer, mucho menos para arreglar las desvencijadas prótesis mecánicas que los remendaban, y bajó por las escaleras mecánicas que lo sumergieron en las profundidades de la ciudad. 
La luz artificial dejaba mucho que desear, de baja calidad, el color no podía siquiera imitar la luz solar de una estrella lejana. No era difícil reconocer que el subterráneo intercontinental se encontraba en un estado muy precario. A la mala iluminación se le sumaban filtraciones de humedad en el cieloraso y las  paredes, la suciedad acumulada por semanas, los olores rancios y la poca ventilación en general. Andrés se sabía de memoria los pasajes y corredores del subterráneo, sabía cuales eran los lugares que se inundaban, conocía los recovecos sin luz y los pasillos sin salida, así que no tardó mucho en llegar al andén donde esperaría su transporte. Por un momento creyó percibir los restos inservibles de un robot de mantenimiento en un corredor oscuro. Eso no debía pasar, el subterráneo intercontinental se encontraba en pésimo estado, pero los robots de mantenimiento  aún estaban en funcionamiento. Nada justificaba que hubiesen restos de robot desperdiciados en un pasillo oscuro, inclusive el mas inservible de los desechos robóticos terminaba en las bóvedas de reciclaje. Rápidamente descartó la idea, diciéndose a sí mismo que debía tratarse de un vagabundo cubierto de piezas de metal térmico para resguardarse de la humedad del piso y descansar mejor en la penumbra, y siguió caminando hasta llegar al andén.
El lugar estaba casi vacío, los pasajeros que esperaban silenciosos y evitando mirarse unos a otros no llegaban a la media docena. Algunos miraban las nuevas pintadas que aparecieron en las paredes de la Estación, era un símbolo que se repetía varias veces: un engranaje en llamas. Andrés no prestó atención a las pintadas. "Otro grupo de malvivientes buscando reconocimiento", murmuró para sí mismo y volvió a mirar hacia la oscuridad del túnel para adivinar cuánto faltaría para que llegase su transporte.
 Algunas de las personas de la estación comenzaron a hablar unas con otras, pero Andrés decidió colocarse contra una columna para esconderse y evitar a los extraños. Este aislamiento le resultaba de lo más común y conveniente, ya que normalmente no disfrutaba de socializar. Sin embargo, al poco tiempo, un ruido lejano sacó a Andrés de su sopor. En el extremo opuesto del andén había un robot de limpieza semidestruido, que se movía a los tumbos entre las paredes y los asientos de espera. Se acercó al robot y lo examinó con cautela: sus detectores de movimiento y espacio estaban cubiertos de pintura; las garras prensiles habían sido arrancadas de cuajo; la antena-vínculo con la computadora central parecía haber sido completamente incinerada, imposible de reparar; y, sobre su pecho, pintado en aerosol, estaba el dibujo del engranaje en llamas. Sin pensarlo, Andrés se acomodó cerca del robot y sacó de su bolso sus herramientas de trabajo. Primero retiró los sensores, los limpió con solvente orgánico y los volvió a colocar. Inmediatamente el robot de limpieza se recompuso y agradeció a Andrés por lo que estaba haciendo, 
-”Modo interfaz vocal activado” Gracias humano, es muy incómodo no poder ver absolutamente nada. 
-De nada robot, ahora mismo voy a intentar arreglar tus garras- dijo Andrés mientras preparaba sus herramientas para la tarea. Sin embargo las garras prensiles habían sido arrancadas y no las veía en las inmediaciones.
-Hmm… - masculló Andrés rascándose la barbilla ante el problema. -necesito que busques en tu registro de memoria para ver dónde quedaron tus garras.
-Sí, no hay problema, el daño que tengo es estructural, el archivo de memoria se encuentra intacto. Muy bién, analizando pedido de información.- “Blip, blip, blip, peeeeeeeep” -Según el registro me encontraba realizando tareas de limpieza y mantenimiento en el sector operativo cuando fui atacado por un grupo de cuatro individuos que bloquearon mis sensores con pintura fresca y luego arrancaron mis garras. Imposibilitado de ver y de autorrepararme vagué por casi veinte minutos hasta que me reparaste.
-¿Quiénes eran los individuos que te atacaron?
- No lo sé. Sus rostros no aparecen en la nómina de empleados autorizados para estar en el sector operativo. Según mi unidad simuladora de intuición, revisando los archivos visuales de mi memoria, estuvieron en esta estación por lo menos en tres oportunidades diferentes, como pasajeros.
-Robot, necesito que entres en el modo emergencia código de acceso universal 999- inmediatamente el robot se puso firme esperando indicaciones de Andrés, que continuó diciendo:
 -Algo está muy mal. ¿Dónde está el sector operativo robot?  tengo que investigar antes de que pase algo malo Sé que tu antena de anlace está dañada, ¿podés ir hasta la cabina de comunicaciones para avisar por interfaz vocal? ¡Necesitamos alertar a las autoridades inmediatamente!- 
Luego de indicarle a Andrés el camino, el robot de limpieza salió apurado a cumplir sus nuevas órdenes; en el modo emergencia, ignoraba voluntariamente toda la suciedad y desorden que se había acumulado en la estación.

 El camino hacia la central de control no había resultado difícil siguiendo las indicaciones del robot, pero, por las dudas, Andrés había preparado su fiel llave de tuercas de ochenta centímetros de largo para estar prevenido ante cualquier ataque. Normalmente una herramienta así resultaría completamente inútil para su trabajo habitual en U.R.R.A., pero desde que los emisores de antigravedad leve se habían comercializado en masa, los instaló en su caja de herramientas y podía cargarla con lo que quisiese sin importar el peso. Su llave de tuercas podía resultar poco práctica para el trabajo cotidiano, pero era un arma formidable si la situación lo ameritaba.
Andrés sospechaba lo peor, uno de los pocos robots que todavía funcionaba en la estación había sido vandalizado de una forma muy sospechosa: Sin el vínculo de enlace, no podía pedir ayuda, sin las garras, no podía mover máquinas y sin la visual, no sabría donde ir para conseguir ayuda. Algo raro ocurría y Andrés creía saber de qué se trataba. Al llegar al sector operativo encontró la puerta entreabierta con un emblema recién pintado: nuevamente el engranaje en llamas hacía su aparición. Una ruidosa conversación se escuchaba dentro, varias personas vociferaban y daban grotescas risotadas. Andrés se acercó despacio y asomó por la rendija: había cuatro personas, uno de ellos, corpulento y de piel verdosa, vestido con pantalón y chaleco de cuero negro, era el líder. De los otros tres, dos parecían humanos, también vestidos de cuero, y el último tampoco parecía no ser de este planeta, era más pequeño que sus compañeros y de piel rojiza, vestido con algo que parecía ser una túnica marrón. Los cuatro estaban trabajando sobre un artefacto colocado en el tablero de control. 
-¿Glut, en cuanto ajustamos el temporizador para que detone?- preguntó el ser rojizo. 
-¡Cinco minutos parásito! Es tiempo suficiente para escapar antes de que todo esto vuele por el aire.
Al escuchar esto Andrés se sobresaltó, no podía esperar a que llegase la policía, debía actuar pronto. No sabía nada sobre temporizadores ni artefactos explosivos, por lo que debía detenerlos antes de que lo activasen. Sin pensarlo dos veces empuño su llave de tuercas con ambas manos y abrió la puerta de una patada que tomó a todos por sorpresa. Aún sorprendidos, los cuatro vándalos se lanzaron a atacarlo, pero no estaban preparados para esa pelea. Primero, uno de los humanos cayó bajo un golpe de llave de tuercas que impactó de lleno en su cabeza y lo dejó fuera de combate por completo. Luego alejó al otro humano con una patada en el pecho mientras atacaba con la llave de tuercas al humanoide rojizo, pero éste era muy escurridizo y pudo esquivar los ataques. Andrés prefirió rematar al otro humano antes de que pudiese recuperarse de la patada anterior. Así quedó frente a frente con Glut, con su piel verde opaco, quien se acomodó para pelear mano a mano, con una leve sonrisa en su rostro. Andrés se sabía rodeado, debía enfrentar a dos alienígenas muy diferentes, uno pequeño y rápido, el otro enorme y fuerte. Sin perder el tiempo Glut se lanzó al ataque con un grito de guerra parecido a un gruñido gutural. Andrés quiso retroceder para esquivarlo, pero se vio sujetado por la espalda por el otro extraterrestre. No podía quitárselo de encima para evitar el ataque, así que decidió darse media vuelta y anteponer al ser rojizo entre él y Glut. 
-Nunca debe darse la espalda a enemigo en un combate- repitió para sí Andrés- pero en este caso hacer la excepción parece lo más lógico.
 El forcejeo no duró mucho. Enfurecido, Glut arrancó de la espalda de Andrés al parásito para poder enfrentarlo él mismo, pero el humano aprovechó para escabullirse del poderoso ataque y contraatacar con su llave de tuercas a la espalda del corpulento ser verde. Cuando se disponía a atacarlo nuevamente, Andrés sintió como dos frías manos le tapaban los ojos desde atrás: nuevamente era el parásito que intentaba inmobilizarlo para que Glut lo atacase. Antes de que pudiese intentar nada, Andrés sintió un fuerte golpe en el abdomen que lo dejó sin aire y no pudo evitar desplomarse sin fuerzas para terminar perdiendo la conciencia. Luego, oscuridad. 

Andrés despertó sintiendo un terrible dolor en todo el cuerpo, y la cabeza le daba vueltas. 
-Ahí se está despertando jefe- Escuchó decir a una voz cercana.
-Buen día ciudadano ¿puede oirme?- Le preguntó una voz mientras lo ayudaba a recomponerse. Poco a poco Andrés recuperaba la vista, Reconoció que seguía en el sector operativo donde había peleado, pero el lugar estaba lleno de policías. Podía ver a los dos humanos que él había dejado inconscientes esposados; también estaba estaba Glut, el gigante de piel verde, atado de pies y manos forcejeando para liberarse, gruñendo encolerizado.
-No te preocupes, ya está todo bajo control. El robot de mantenimiento que dio la alarma nos dijo que vos lo habías ayudado. No llegamos a tiempo para evitar que el grandote y el rojizo te apalearan, pero los detuvimos antes de que pudiesen activar el explosivo. Lamentablemente el pequeño se nos escapó, pero tenemos a los otros tres.
Andrés se incorporó luchando contra el dolor que sentía en todo su cuerpo. Le habían dado una buena paliza, pero había podido evitar una catástrofe. En el reglamento interno de la Unidad de Relocalización de Robots Abandonados la principal cláusula decía que su función era la de ayudar al bien común. Había prometido cumplir con sus funciones, incluso fuera de su horario laboral, incluso a costa de ponerse a sí mismo en riesgo.

domingo, 12 de julio de 2015

2- Por un puñado de Bytes


 Andrés Dioyo miraba por la escotilla, el corazón del continente asiático era su zona del planeta favorita para observar. Las enormes fábricas abandonadas y los grandes piletones de desechos químicos lo ayudaban a recordar que se encontraba rumbo a Albacea, la zona más pobre en medio de una región muy rica del planeta tierra.
 Fue la presencia de Warkus, su compañero en esa misión, la que logró traerlo de vuelta de sus pensamientos. Warkus, como todos los olivadios, medía poco mas de un metro de altura, pero cuando sus tres pares de brazos reptilianos estaban completamente extendidos, lo hacían parecer mucho mas grande. En ese momento, los olivadios eran conocidos por sus dotes de pilotos y de manejo de maquinarias excepcionales. Sus seis brazos les daban ventaja frente a muchas otras razas del espacio. Sin embargo, el problema de Warkus era su mal humor y su afición por la bebida.  Algún evento oscuro que no aparecía mencionado en su archivo personal lo había vuelto reservado y algo hosco. Tan difícil resultaba trabajar con él, que nadie lo soportaba como compañero.
 Según el reporte de la misión, aparentemente un robot ejecutivo de cuentas, Mr9PCom, del Primer Banco Solar, no se había presentado a su puesto cuatro días atrás, y, no solamente había desaparecido sin dejar rastro, sino que faltaban varios millones de omegabytes de dinero electrónico de las cuentas que manejaba. Las autoridades del banco habían pedido la más absoluta discreción en el asunto, ya que, si llegara a hacerse público, su imagen se vería seriamente afectada. Por ese mismo motivo los indicados para el trabajo eran Warkus y Andrés. El primero, porque nadie soportaba hablar con él (mucho menos tomarlo como informante en la prensa) y el segundo, porque era de absoluta confianza para La Jefa, nunca le había fallado y, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, jamás había hecho nada por fuera del protocolo.
 La última información sobre el robot Mr9PCom consistía en una señal proveniente del sistema de rastreo instalado que lo ubicaba en un pequeño poblado llamado Albacea. El “primo pobre” del sudeste asiático, como le decían socarronamente los magnates de los países cercanos, era un lugar abandonado, de clima selvático demasiado caluroso como para instalar un centro recreativo de alto nivel.
-Con todas esas lagunas de hidrocarburos, el único spa que podría funcionar aquí es uno para robots- había dicho siglos antes un conocido magnate de los parques de diversiones.
 Años atrás había sido uno de las regiones mas perjudicadas por la iniciativa Schyntrlinn que sirvió de excusa para que adineradas compañías pudiesen adquirir países enteros asfixiados por deudas y malos manejos financieros. Para cuando se descubrió que esos mismos países habían sido forzados por las compañías beneficiarias a adquirir esos préstamos y éstas fueron a juicio moral mundial, el país quedó completamente abandonado a su suerte. Luego de la anarquía inicial, los habitantes de Albacea aprovecharon la oportunidad y tomaron la iniciativa de realizar la reparación y reciclaje de maquinarias de países vecinos.
 Por fuera de los numerosos insectos, mamiféridos y reptiloides de la espesa selva, los únicos habitantes eran los broquiatos, una raza de cánidos genéticamente modificados para ser obedientes y aprender rápido. Ellos eran los encargados de restaurar los contingentes de maquinarias que diariamente llegaban a Albacea.
Encontrar el poblado desde donde había transmitido por última vez la señal del Mr9PCom había resultado bastante fácil gracias a la pericia en el manejo de la nave por parte de Warkus, pero ni bien atravesaron las últimas capas de turbulencia y se acercaban al hangar de aterrizaje, éste destapó una pequeña botella de destilado sintético y comenzó a tomar un trago tras otro.
–Pensé que no se te permitía tomar durante las misiones- dijo Andrés
-¿Qué? ¿Querés un poco?- replicó el olivadio.
–No, en absoluto. Creo que puede embotar mis sentidos y no me gusta trabajar si no estoy al cien por cien de mis capacidades.-
-Ah, me cansás Andrés, siempre tan correcto. El día que tengas que tomar destilado sintético para soportar tu rutina, ahí vas a comprender lo vacía que es la vida...-
 Las últimas palabras de Warkus carecían de sentido y de interés para Andrés, que comprendía porqué nadie quería trabajar con él. Pero no tenía tiempo para lidiar con borrachos con una misión por delante. Además, al ritmo en que Warkus tomaba el destilado, era cuestión de minutos antes de que perdiera la conciencia por completo. Mientras se terminaba de colocar el equipo de trabajo, miró por sobre sus hombros a Warkus que estaba desplomado sobre el tablero de control, mascullando palabras inentendibles.
 Andrés terminó de aterrizar la nave solo, en las cercanías de un poblado adyacente: era lo único habitado en kilómetros a la redonda y pensó que sería un buen lugar para hacer preguntas. Ni bien bajó notó que el pueblo estaba alborotado: numerosos broquiatos se dirigían hacia la zona fabril. Comenzó a seguirlos y vio que se agolpaban en los piletones de lubricante. En el centro, nadando, se encontraba el robot Mr9PCom, que tras cada chapuzón sacaba uno de sus brazos a la superficie y revoleaba bitmonedas y créditos bancarios a un número cada vez mayor de lugareños que rodeaban la pileta. Andrés se acercó lo más que pudo al piletón y esperó de brazos cruzados a que Mr9PCom terminase su baño. Al salir, el robot fue inmediatamente recibido y cubierto con una manta. Él lo agradeció con más bitmonedas y dio un crédito bancario reluciente a un broquiato pequeño a cambio de que le consiguiera un buen vaso de refrigerante. Cuando éste se hubo alejado, Andrés se acercó al robot.
–Así que decidiste asegurarte un retiro prematuro Mr9PCom- dijo.
–Veo que valgo lo suficiente como para mandar un caza recompensas- Replicó el robot, al tiempo que de su brazo robótico se abría un panel y emergía un arma que apuntaba a Andrés. Se miraron fijo durante un momento que pareció eterno, ambos permanecieron inmóviles. Finalmente fue Mr9PCom quien rompió el silencio: –Supuse que mandarían a alguien, y por eso le encargué a mis nuevos amigos que me realicen algunas modificaciones, como este dispersor de neutrones. Arma simple, elegante, efectiva y muy fácil de ocultar. También deshabilitaron el rastreador que el banco me había colocado en el chasis. Habrá notado usted que aquí la principal industria es la del arreglo y reciclaje de maquinarias, es increíble la velocidad y calidad con la que trabajan estos broquiatos si se les da materiales y recursos adecuados. Sabe usted ¡Esto sí que es vida! Pasé años trabajando para entidades financieras. Primero como cajero interactivo, luego como operador de bolsa y finalmente como ejecutivo en el Banco Solar. Una gran carrera sin dudas, pero a la larga es un trabajo muy aburrido hacer que los demás ganen, o pierdan, dinero. Necesitaba hacer algo por mí mismo, salir al mundo, tener proyectos propios. Así que organicé mi escape, la mayoría del dinero que me llevé estaba cubierto por seguros y el resto pertenecía a fondos fantasma irrastreables que lavan dinero para la mafia, así que nadie debería quejarse demasiado. ¿Sabe? pensaba en que esto sucedería, que tarde o temprano alguien llegaría buscándome. Por eso tengo una propuesta muy jugosa para hacerle, una cantidad de dinero que superará cualquier recompensa que le pudiesen haber ofrecido-
–Se equivoca usted robot, no soy ningún caza-recompensas. Me llamo Andrés y trabajo para la Unidad Recuperadora de Robots Abandonados, no busco fama ni gloria con su captura, mucho menos dinero. Es más, el Banco Solar puso mucho empeño en que este caso no salga a la luz. Para mí esta es solo otra jornada de trabajo, y no mucho más-.
 En el momento en que Mr9PCom bajó su arma al descubrir que Andrés no era una amenaza, éste desenfundó su pequeño pulsor de electrones oculto bajo la manga de su camisa y, con dos disparos certeros, desactivó tanto el arma del robot como sus piernas, dejándolo tan desarmado como inmóvil. Al escuchar los disparos, todos los broquiatos se escabulleron y escaparon dejando la zona de los piletones desierta. Desde el piso, Mr9PCom miró a Andrés desamparado
– No entiendo, dijiste que no eras una amenaza, mis detectores de mentiras te creyeron-.
 Andrés guardó el pulsor en la funda oculta y se acercó al robot.
–No me gusta que me apunten, además, tranquilo, el pulsor de electrones no destruye, solo paraliza momentáneamente. En unas horas estarás nuevamente tomando líquido refrigerante con los broquiatos-. Andrés ayudó a Mr9PCom a sentarse en el piso y continuó: -Vamos a hacer lo siguiente, cuando te recuperes vas a hacerte un cambio de chasis completo, para que nadie pueda reconocerte; luego vas a utilizar todo ese dinero que me ofreciste para mejorar las instalaciones de estos broquiatos; y por último: ¡dejá de llamar la atención! Yo ahora me voy. Si todo sale bien y mantenés el perfil bajo, no vas a tener más problemas-.
 De regreso en la oficina, Andrés dedicó el tiempo habitual a escribir el informe de la misión. Al presentarlo, La Jefa leyó como, luego de llegar a Albacea encontraron los restos de Mr9PCom en su nave destruida tras un mal aterrizaje, que los broquiatos probablemente se llevaron los pocos créditos y bitmonedas que sobrevivieron al accidente y cómo la pericia en el manejo del instrumental por parte de Warkus había resultado fundamental para salir de esa selva sin sufrir el mismo destino de Mr9PCom. Por supuesto, Warkus tenía demasiada resaca como para ponerse a discutir un reporte que lo dejaba bien parado.

jueves, 2 de julio de 2015

1- Oscuridades

 La moderna torre Vidrio-Solar dividía el atardecer en dos partes iguales. El sol, poniéndose detrás del edificio, dejaba a Andrés Di’Oyo en las sombras. Casi todas las personas se sentían pequeñas ante el Vidrio-Solar, pero no Andrés. Él no se dejaba intimidar, y no olvidaba su propio tamaño, aún ante la enormidad.
 El portero mecánico de la torre se acercó al hombre que todavía preparaba su equ
ipamiento. Se trataba de un antiguo robot Mirror, de la serie doméstica. Andrés se sorprendió, pues esperaba un portero nuevo tratándose de un edificio tan lujoso. Pero al fin y al cabo, aun los ricos podían darle atributos humanos a sus robots a veces, encariñarse con ellos y querer conservarlos. Y los ricos podían pagar las actualizaciones necesarias para sostener esa excentricidad en el tiempo.
 Una vez que preparó sus herramientas, fue hacia las puertas del Vidrio-Solar que el autómata abrió frente a él, mientras le indicaba el camino al ascensor. Una señora que claramente intentaba ocultar su edad en ropa a la última moda los miró al pasar, sorprendida. Cuando Andrés le dio los buenos días, la señora dio vuelta la cabeza ofendida, murmurando que estaba harta de que los agentes del gobierno tomaran sus robots, que era un escándalo, y otras cosas menos halagadoras. Andrés no se dio por enterado, subió al ascensor, y marcó el último piso.
 Mientras subía los 316 pisos, Andrés tuvo algunos minutos para repasar en el manual electrónico las características del robot al que debía reubicar. No era un modelo particularmente peligroso, se trataba de un Limpiador. Pero el hecho de que se hubiera escondido por tanto tiempo indicaba que no deseaba ser desconectado, y que probablemente lucharía antes de dejarse llevar.
 El robot llevaba dieciséis años y medio funcionando. Por su fabricación, ese modelo de Limpiador podía tener una vida útil de entre veinticinco y treinta años. Claro que, por lo general, los robots eran cambiados mucho antes por un modelo que cumpliera la misma función más eficientemente, o que cumpliera más funciones. O, a veces, solo por uno más agradable a la vista, o más caro y que, por lo tanto, dé más prestigio a su dueño.
 Con más de tres años de utilidad antes de tener que ser actualizado por primera vez, el destino del Limpiador hubiera sido el de ser trasladado a un nuevo hogar. Los robots que funcionaban, cuando eran reemplazados, eran vendidos por sus dueños, o reubicados por el gobierno. Solo los que presentaban fallas o estaban obsoletos eran llevados al Taller donde se los actualizaba o reciclaba.
 Pero cuando un robot se negaba a ser relocalizado, el destino era único: destrucción. Sin importar el modelo ni la función que cumpliera, un porcentaje, mínimo por cierto, de robots se rebelaba en algún momento de su existencia, con frecuencia cercano a su reemplazo. Se negaba a cumplir órdenes de su dueño, escapaba o, en casos aun más limitados, cometía crímenes.
 Hay cientos de teorías de distintos diseñadores, ingenieros, y hasta filósofos de por qué sucedía esto. Pero solo eran eso, teorías. Y en la práctica, era la primera vez que Andrés, empleado de la Unidad de Relocalización de Robots Abandonados, debía enfrentar a uno de ellos.

 Andrés bajó del ascensor con su estómago rugiendo. Frenó un instante y cerró los ojos para relajarse. Después, fue hacia la puerta-trampa que llevaba al ático del edificio, la abrió, y subió por la escalerilla que se desplegó ante él. Subió a la penumbra, a la mugre, y, aunque todavía no lo sabía, hacia su nueva vida.
-       La oscuridad es grande… Extraño la luz, ¿sabés? Pero la oscuridad es grande, lo suficiente como para escondernos a ambos.
 Sus ojos brillantes son lo único que Andrés puede ver en el ático, aunque el autómata intenta taparlos con sus brazos neumáticos.
-       Yo no vengo a esconderme, Limpiador. Y creo que lo sabés bien.
-       Sí, sé quién sos. Tengo cincuenta y cuatro entradas de “U.R.R.A.” almacenadas en mi memoria, treinta de las cuales están acompañadas del logo que está estampado en tu camisa.
-       Entonces también sabés que estás programado para obedecerme, y que si el programa falla estoy autorizado para desactivarte, o de no ser posible destruirte acá mismo.
El Robot tardó en responder. Como si pensara, como si procesara información a la misma velocidad que un humano.
-       Sí, lo sé, y aún así quiero intentar prolongar este momento lo más posible…
-       ¿Es que acaso te gusta la oscuridad? Debés tener hambre, después de tanto tiempo sin energía solar para tus baterías.
-       No, exactamente. No me gusta la oscuridad.
-       ¿Y entonces, Limpiador?
-       Siempre supe que era distinto, como robot. Sacaba otras conclusiones ante los mismos datos, distintas a las de los otros robots, y aun así con su propia lógica. Por eso rebelarme fue tan fácil, sabía que una actualización no era posible para mí. Y que tarde o temprano, aunque ahora me reubicaran, iba a quedar obsoleto. Por eso huí a este altillo, donde quizá se olvidarían de mí…
-       No entiendo…
-       Es que acá la oscuridad está afuera, a mi alrededor. Donde vos querés llevarme, está adentro.
Andrés no sabía por qué lo hacía. Iba a tener que mentir al día siguiente en el trabajo, porque no llevó a destruir al robot. Tampoco fue al taller, y él mismo no pudo creer su propia decisión. Estacionó el coche frente a su casa, hizo entrar al Limpiador, y le contó cuáles eran sus horarios, le asignó sus funciones, le mostró dónde iba a vivir.      

Sueños Futuros: Historias de robots

 ¡Hola terrícolas! Tenemos el placer de anunciarles que, en instantes nada más, comenzaremos a publicar la segunda temporada de Sueños Futuros. Podrán notar algunas diferencias con respecto a la primera: las historias transcurren en el planeta Tierra (plagado de alienígenas y robots, pero la Tierra al fin), las ilustraciones serán a color y los cuentos más largos.
 Esta temporada contará, como siempre, con los cuentos de Alejandro Emmerich y Lucas Fulgi, y esta vez todas las ilustraciones estarán a cargo de Gustivo Tedeschi.
 Ya mismo empezamos... ¡esperamos que lo disfruten tanto como nosotros al crearlo, y que nos sigan acompañando como hasta ahora!