jueves, 10 de diciembre de 2015

9- El día después

Oscuridad, voces lejanas, imágenes borrosas, recuerdos.
- Acá hay uno- la cuadrilla de rescate llegó a las ruinas humeantes en tiempo record. Como siempre, los servicios de emergencia tardaron apenas unos minutos en llegar al lugar desde que ocurrió la explosión. Sin lugar a dudas la frecuencia cada vez menor en que ocurrían accidentes o eventos que los necesiten, no mermaban su capacidad de acción, fruto del entrenamiento especializado constante.
Al llegar, los perros rastreadores se pusieron a buscar sobrevivientes entre los escombros.
–Necesito ayuda- dijo uno de los rescatistas al encontrar a Andrés, inconsciente, atrapado bajo un durmiente de la casa derruida. Tres rescatistas se le unieron. Dos de ellos cargaban una prensa de anti-gravedad para remover los objetos pesados; el otro, traía consigo un cortador de plasma. En muy poco tiempo estuvieron listos para liberarlo.
 – Prensa de anti-gravedad lista para activarse señor. Cuando usted lo disponga- dijo uno de los rescatistas a Toni, el líder de la cuadrilla.
– Muy bien, ¡despejen la zona!- respondió en voz alta Toni para que todos lo escuchen. A unos metros de distancia, los perros habían encontrado el rastro de otro sobreviviente
- ¡Equipo B preparen el terreno! Ni bien terminamos con este, vamos para allá- continuó diciendo Toni mientras señalaba el lugar que los perros habían marcado, y siguió:
- Preparados para liberar, tengan listo el equipo médico. Activar prensa en 3… 2… 1… - un zumbido sutil invadió el ambiente al tiempo que los escombros más pequeños sobre Andrés comenzaron a elevarse en el aire, carentes de peso. Uno de los perros de rastreo se acercó a Toni y apoyó la cabeza en su pierna mirándolo suplicante mientras olfateaba el aire.
 – Buen trabajo, chico. No hay más sobrevivientes aquí. Solo estos dos- dijo para sí en voz baja el líder de los rescatistas, mientras le devolvía la mirada al animal.
– Aumenten la frecuencia  a 3.1- ordenó. Restos más grandes de piedra y cemento comenzaron a elevarse  – ¡Preparen la pinza de rescate! en cuanto liberemos a este vamos con el otro que queda con vida. No tenemos tiempo que perder.
El equipo de rescate trabajaba con un nivel de eficiencia casi perfecto, eran la definición misma de sinergia: el resultado de su trabajo en conjunto era más que la suma de las partes.
–Muy bien, chico- alcanzó a decir Toni mientras palmeaba la cabeza del perro, pero a este se le erizó el pelo del lomo y empezó a gruñir y ladrar. La frecuencia de la prensa anti-gravedad había aumentado nuevamente, los fragmentos más pesados se liberaron y el maltrecho cuerpo de Andrés se elevaba sin peso entre la tierra suelta y los restos de la destruida mansión. Toni miró fijamente a Andrés sin comprender completamente lo que veía. Todos los perros de la cuadrilla comenzaron a ladrarle al cuerpo ingrávido. Con absoluto cuidado depositaron a Andrés suavemente en una cápsula de éter. Los lectores indicaron que a pesar de las terribles heridas, aún se encontraba con vida. Al ver el cuerpo deshecho, todos enmudecieron. Ningún entrenamiento los había preparado para ver algo así.  Toni solo pudo decir “Dios mío”.

Luces difusas, sonidos lejanos, parecen voces ¿qué dicen? Difícil saberlo.
- Listo, es el último.
Oscuridad otra vez, vacío que no acepta sueños ni conciencia, ninguna luz. Solo silencio. Quien sabe por cuánto tiempo… horas, minutos, segundos, años, carecen de sentido cuando no hay memoria.
De pronto, voces:
- Su capacidad de regeneración es increíble-
-Ningún humano podría haber sobrevivido a esa explosión, mucho menos recuperarse en tan poco tiempo.
Voces lejanas, imposible comprender lo que dicen. Dolor suave, se apaga. Luz, duele hasta que los ojos se adaptan.

Andrés estaba acostado sobre una camilla en el centro de una gran habitación blanca. Estaba solo, conectado a una gran cantidad de máquinas que lo flanqueaban. Le dolía el cuerpo, la mente, apenas podía pensar en moverse. En uno de los laterales de la habitación creyó escuchar un movimiento e intentó buscarlo con la mirada. A pesar del gran esfuerzo, apenas pudo girar la cabeza. Llegó justo para ver cómo un enfermero se alejaba rápido cerrando la puerta a sus espaldas. Andrés estaba solo nuevamente, quiso levantarse pero descubrió que estaba amarrado a la camilla. La puerta se abrió, una mujer joven vestida de médica se acercó a su lado acompañada por un hombre maduro, con aspecto de biólogo, y un soldado Bermudio de rostro serio.
 – Estoy atado a la camilla…- empezó a decir Andrés entre balbuceos cuando la doctora lo interrumpió con mucha amabilidad.
– No intente hablar, usted ha sufrido mucho y está débil – Andrés quiso reincorporarse en la camilla pero el dolor era terrible. La doctora se le acercó y posó su mano en su frente. Por detrás, Andrés pudo ver cómo el biólogo preparaba una inyección.
– Tranquilícese, no hay nada de qué preocuparse- Andrés no pudo evitar mirar a la médica a los ojos, grandes y expresivos, transmitían calidez y amor. Se sentía contenido por esa mirada, perdido en la sensación de estar de nuevo frente a su madre… madre… El médico rodeó la camilla y le aplicó la inyección sin que Andrés pudiese verlo llegar. La mirada de la doctora era hipnótica, en pocos segundos quedaría dormido
 – Madre…- Andrés no era un hombre. Esa mirada no le recordaba a su madre – Madre…-  esos recuerdos no eran suyos. Intentó forzar las correas una vez más, pero era tarde, el sedante había hecho su efecto.
- Doctora, casi lo perdemos, le administré una dosis altísima de sedante y le tomó varios segundos actuar. Si sigue generando defensas, no sé cómo vamos a poder contenerlo en el futuro – dijo el biólogo con rostro preocupado.
- Es cierto. La hipnosis telepático-emotiva pareció funcionar por un momento pero al poco tiempo perdí el enlace transferencial. El sujeto duda de sus propios vínculos vivenciales. No sé qué puede llegar a pasar cuando vuelva a despertarse – respondió la doctora
-Prepararé traslado inmediato a una base de contención- informó el soldado Bermudio mientras preparaba el enlace con el cuartel general.
- La dosis que le di, debería durar varios días, pero con la capacidad de adaptación de su organismo no lo puedo asegurar. ¡Avise al comando general que el transporte sea lo antes posible!- ordenó finalmente el biólogo
Oscuridad. ¿Sueño? ¿Puede un organismo artificial soñar? Hace algunos siglos había surgido esa pregunta en algunos círculos intelectuales. Las respuestas diferían entre los distintos autores. ¿Puede soñar alguien cuyos recuerdos no le pertenecen?
Fuerza. Músculos que se tensan, ya no hay dolor. Ruido lejano, repetitivo, como una alarma. Andrés abrió los ojos. Las luces de la habitación estaban apagadas, solo se filtraban luces de emergencia a través de la puerta. Cyntheea estaba a su lado.
– Listo- dijo ella y soltó uno de los brazos de Andrés de la camilla – ahora a la silla transportadora – alcanzó a decir ella antes de que él levantara la mano para tomarle el hombro. Ella dio un pequeño salto, se giró y, al verlo, sonrió
- ¡Estás despierto! – dijo casi en susurros. – Vine a sacarte de acá. Pasaron muchas cosas estos días.
Cyntheea intentó levantarlo pero él se reincorporó solo. Se sentía algo mareado por los sedantes, pero su cuerpo estaba en perfecto estado.
 – Rápido, tenemos que irnos antes de que nos encuentren – susurró Cyntheea – ya va a llegar el tiempo de explicarte todo. En el hospital no sabían qué hacer con vos. Te veían como un ser vivo y una máquina al mismo tiempo. Entonces te trajeron a este centro de tratamiento experimental. De alguna manera los robofóbicos se enteraron y están atacando el lugar ahora mismo. Tenemos que salir lo antes posible, tenemos que llegar a la oficina central de URRA. En la explosión la Jefa… - la expresión en el rostro de Cyntheea  cambió.
-¿Qué pasó con la Jefa?- preguntó Andrés preocupado.
-Ahora no hay tiempo. Ponete esto – dijo dándole una manta de invisibilidad – y salgamos de acá.
Salir no fue fácil, los robofóbicos habían conseguido cortar el suministro de energía de todo el sector y habían lanzado un ataque a toda escala sobre el edificio de contención sanitaria. El ataque había tomado a la dotación móvil de soldados bermudios por sorpresa y los había obligado a reagruparse, pero luego de la sorpresa inicial habían logrado recuperar el terreno perdido expulsando a los invasores afuera del cuerpo principal del complejo. Sin energía no podían utilizarse ni las armas de pulso ni plasma, ni servían los visores externos.  Los incursores estaban armados con antiquísimos rifles de combustión que utilizaban una reacción química para disparar proyectiles a altísimas velocidades. Arma muy inteligente para la época, pero que quedó obsoleta frente a los cañones magnéticos primero; y a la tecnología de enlace energético automático que no necesitaba cargar molestas municiones ya que extraía energía de la corriente principal. Pero al estar ésta desconectada, los rifles bermudios no servían de nada. Estos, junto al personal de hospital, se armaron con herramientas de cirugía  de diamantinum, letales en la corta distancia, e improvisaron diversas bombas explosivas.
 A medida que Andrés y Cyntheea recorrían el edificio y se acercaban a la salida, notaron como la violencia del ataque se hacía cada vez más palpable. Primero atravesaron por lo menos cuatro grupos de pacientes y personas de civil fortificados en distintas dependencias habitacionales del complejo; para luego pasar a cruzarse con distintos soldados bermudios en combate con los miembros del grupo de asalto robofóbico. A pesar de su buen número y la sorpresa, las fuerzas del engranaje en llamas resultaban no ser suficiente rival para contrarrestar la disciplina y dedicación bermudia en materia bélica.  Llevar los mantos de invisibilidad había sido un enorme acierto de Cyntheea, ya que al tratarse de una simple tela flexible recubierta con una capa de tintura espejada, un efecto óptico, no necesitaba de la corriente de micro magnetismo para funcionar.
Para cuando finalmente llegaron al sector de ingresos, éste se encontraba desierto. Ahí había caído con mayor fuerza el ataque inicial de los incursores. Decenas de robots de bienvenida y primeros auxilios se encontraban acribillados, apaleados y despedazados más allá de todo arreglo. Dispersos por el salón se encontraban los restos de al menos una docena de humanoides que habían quedado atrapados en la violencia. Los robots recibidores habían dado sus propias vidas para protegerlos del sorpresivo ataque, y fueron los propios atacantes del Engranaje en Llamas quienes utilizaron a los humanoides como señuelo para atraer la atención de los robots del sector en lugar de dejarlos ir.
Por fuera del edifico un pequeño grupo de atacantes esperaba, junto a los vehículos de escape, a que sus compañeros regresasen con el botín mayor: Andrés. Los refuerzos bermudios llegarían en cualquier momento, y a sabiendas de que los incursores dentro del centro de salud se demorarían buscándolo, Andrés se acercó cautelosamente a la nave de escape y desactivó su núcleo de reacción, por lo que no podría funcionar a menos que un mecánico le dedique algunas horas.
      Con este ataque el Engranaje en Llamas había salido de su supuesta legalidad. Andrés temió que una guerra civil se hubiera desatado: la primera en la que los robots no serían una herramienta o un arma, sino parte de uno de los bandos. Pero, por ahora, nada podía hacerse. Con los incursores neutralizados y los refuerzos llegando en poco tiempo, Andrés y Cyntheea se alejaron del edificio perdiéndose en la noche.