sábado, 11 de junio de 2016

11- Revelaciones

  El apagón cautelar era total por lo que los incendios masivos daban a la ciudad una iluminación fantasmagórica. El espeso humo cubría el cielo nocturno sin dejar pasar la luz de la luna llena. Era una noche oscura como ninguna que se hubiese vivido en el planeta tierra por mucho tiempo. Los edificios crepitaban bajo el influjo de las llamaradas iniciadas por el descontento de algunos, que supieron aprovecharse del desconcierto de los otros. Las cuadrillas de rescate intentaban en vano responder a todos los pedidos de auxilio. 
  Lejos del caos generalizado de la ciudad, un vehículo de U.R.R.A. se acercaba a una granja de permacultura abandonada. Dentro del automóvil, Andrés repasaba los hechos una y otra vez en su mente. Dadas las circunstancias, no podía permitirse abandonar su puesto jerárquico en lo que parecía ser el principio de una guerra civil: de ser descubierto sería considerado un cobarde entre sus colegas, y un traidor entre las autoridades; era el momento de mayor tensión social de los últimos dos siglos, Andrés sería enjuiciado y sin dudas expulsado de la Unidad sin ningún tipo de miramientos. Poco comprenderían las autoridades la importancia del viaje que estaba realizando. Había descubierto la raíz de sus problemas y sentía, quizás por primera vez en su vida, que la prioridad era solucionar su propio conflicto interno.
  La puerta de acceso a la granja estaba cerrada con un candado tosco y corroído por el óxido. Más allá del portón metálico emergía la torre principal de descontaminación gratuita semiderruida y, un poco más lejos, se asomaba el techo del edificio principal: un enorme granero orgánico, abandonado y cubierto de musgo.
  A pesar de la oscuridad, quebrada solo por el débil fulgor de la ciudad en llamas a lo lejos, Andrés no necesitaba esforzarse para ver. Los ojos de su memoria, recientemente abiertos, veían por él. Buscó su antigua caja de herramientas antigravitatoria en el vehículo y extrajo una gran tenaza. Actuaba sin pensar, caminaba sabiendo en qué partes del suelo estaba la maleza sintética que se enroscaría en las piernas de los intrusos que osasen ingresar sin permiso. Cortó la cadena que mantenía cerrado el portón sabiendo exactamente en qué lugar se encontraba el dispositivo que activaría la alarma secreta del complejo y la desactivó con un solo movimiento. Con precisión milimétrica introdujo se brazo en un pequeño hueco a un costado de la entrada para deshabilitar el sistema de defensa que, aunque pequeño y humilde para los estándares de la época, era más que suficiente para borrar de la faz de la tierra en milisegundos a cualquier desprevenido. Finalmente, con un dejo de nostalgia, miró a su alrededor, la penumbra cercana a la oscuridad plena. Entró a la granja sin saber que no era la única persona ahí: a una distancia prudencial para no ser descubierta, Cyntheea lo seguía.

  Horas atrás, Andrés cavilaba sobre su pasado y su propia vida; no conseguía comprender cómo resolver el misterio de su existencia: no era humano ni máquina, era ambos. De pronto una idea lo tomó por sorpresa: Si era un ser humano y una criatura sintética al mismo tiempo, debía tener características de ambos; su mitad robótica tendría que funcionar como una computadora; y si la información que buscaba sobre su propio pasado estaba “olvidada” en los confines de la memoria, entonces sería posible, de alguna manera, acceder a ella, rastrearla.
  Sin perder el tiempo llamó a Warkus y se encerraron en el laboratorio informático. Andrés le dio a su colega un objeto que atesoraba desde su encuentro con el Tyranoblastus: la corona de rastreo mental robótico. Ante el  asombro de su amigo, la mente del director de U.R.R.A. se comportaba como una computadora: sofisticada, pero susceptible de ser revisada y con cuantiosos volúmenes de información accesible para quién supiera buscar.

  Luego de varios intentos de desencriptar los datos ocultos bajo un protocolo llamado “subconciente”, atravesaron la barrera lógica que los separaba de las verdades ocultas que allí se encontraban. Andrés, mientras avanzaban, revivió años enteros de su vida que creía olvidados para siempre: se vio despertando por vez primera, frente a un hombre que poseía su misma imagen; se vio trabajando en los quehaceres cotidianos de una gran fábrica subterránea; recordó cómo debía camuflarse para salir al exterior y pretender ser un simple granjero solitario cuando en realidad revisaba el perímetro buscando posibles fallas en el sistema de defensa; recordó la ubicación de la fábrica disimulada, los mecanismos de defensa y el paradero de la fábrica secreta; y principalmente, recordó que nunca fue el único, habían muchos como él, copias idénticas al servicio de un ermitaño.
  Cuando terminaron de revisar la mente de Andrés, comenzaron a llegar noticias de tumultos en la ciudad y pedidos de ayuda por doquier: aparentemente pequeños grupos armados habían elegido puntos estratégicos para iniciar ataques contra robots, fuerzas del orden y cualquier figura de autoridad. El malestar social acumulado por la asimetría económica sirvió como catalizador para que pronto esos focos se convirtieran en un auténtico aquelarre de violencia y descontrol ciudadano. Poco después llegó el anuncio del apagón cautelar, del estado de sitio temporario y la orden de poner todas las fuerzas oficiales a disposición de sofocar los puntos de mayor violencia. Andrés no podía permitirse perder el tiempo, se reunió con sus agentes de más alto rango, y sin esperar a recibir órdenes de las autoridades policiales, despachó a sus agentes en misiones oficiales de ayuda a civiles y robots por igual, otorgándose a sí mismo una misión ficticia en el seno de los disturbios. De esta manera, sabía, ganaría tiempo para ir en persona al lugar que había aparecido en sus recuerdos. Lo único en lo que pensaba era en investigar el lugar de su origen, y regresar lo antes posible para reagrupar al equipo y ponerse a disposición del comité central de la ciudad.

  En la granja todo estaba como lo recordaba, pero descuidado y deshabitado. El perímetro exterior, con las medidas de seguridad que él mismo había revisado y comprobado tantas veces.; la primera entrada; la puerta secreta que daba acceso a la fábrica subterránea; el extenso y húmedo pasillo hacia el cuerpo central y las habitaciones. Tierra y polvo acumulado durante años donde antes había habido maquinarias que producían alimentos orgánicos con impacto ambiental positivo. ¿Sería este abandono una estrategia para mantener a los curiosos lejos? ¿Estaría la fábrica realmente abandonada? ¿Qué había ocurrido durante los años que Andrés vivió sin recordar su verdadera historia?
  El lugar estaba completamente vacío. Había una puerta trampa que, aunque había sido la más protegida de todas, ahora estaba algo rota y no trababa. Al acercarse, Andrés notó que dentro había ruidos: voces ahogadas, sonidos de movimiento, y maquinarias activas. Tomó el anticuado picaporte oxidado y con gran esfuerzo encontró el balance adecuado entre la fuerza que se necesitaba para moverlo y el cuidado para que no se quebrase. Abrió la pesada puerta empujándola con todo el cuerpo y lo recibió una gran habitación, casi tan grande como el total de la granja en la superficie. Los seres que se encontraban dentro detuvieron de inmediato sus quehaceres y se volvieron hacia la puerta que no había sido abierta en mucho tiempo.  Miraron fijamente a Andrés parado en el umbral, sorprendidos al verse reflejados en ese extraño frente a ellos, con sus mismas facciones, una versión idealizada de sí mismos. Eran cerca de una docena de humanoides; si podía llamárselos de esa manera. Estaban pálidos, con pústulas y protuberancias por todo el cuerpo, Apenas vestidos con harapos. Arrastrando sus pies tambaleantes, se giraron hacia Andrés y avanzaron un poco en su dirección, tan sorprendidos por la visita inesperada como por el aspecto del agente de U.R.R.A.
  Cuando pudo dejar de ver fijamente a esos clones malogrados, Andrés notó una cama en el centro de la gran habitación. Pesadas máquinas rodeaban a un ser humano recostado, apenas consciente de su propia existencia, mantenido en vida por el trabajo incansable de los humanoides, aquellos lo suficientemente idiotas como para no descubrir sus verdaderos planes, o lo suficientemente débiles como para no rebelarse ni intentar escapar. Andrés avanzó hacia él. Los sirvientes del anciano retrocedieron en pánico,y algunos inclusive parecieron quedar paralizados por el terror de la visión: ¿habría llegado un nuevo amo? ¿Una versión más joven y sana reemplazaría al que había sido su maestro tanto tiempo? ¿Qué sería de ellos? ¿Servirían a su nuevo maestro o serían sustituidos ellos también? Ante la mirada incrédula de Andrés uno de esos despojos de humano se avalanzó en un torpe intento de ataque, pero el agente de U.R.R.A. no necesitó demasiado esfuerzo para esquivarlo y el atacante se desplomó con fuerza sobre el piso de cemento. Al ver esto, los otros sirvientes se replegaron en las sombras. Andrés, más por precaución que por temor, sacó su llave de tuercas de la mochila, listo para usarla como arma.


  El anciano parecía dormido, las máquinas de soporte vital indicaban que estaba con vida, pero la imagen que veía mostraba a alguien cuyos años ya habían pasado hacía mucho; una cáscara vacía de humano, remotamente parecida al propio Andrés. Claramente jamás encontraría las respuestas que buscaba en ese ser. 
  Uno de los sirvientes, salió rengueando de detrás de una de las máquinas de soporte vital y enmudeció al ver una persona idéntica a su creador, pero mucho más joven que él, y con el cuerpo completo y sano, no como sus compañeros desperdigados por el piso, que comenzaban a recuperarse.
-No te preocupes, no pienso dañarte-. Intentó decirle Andrés, pero el sirviente solamente se limitó a mirarlo con ojos temerosos. En sus manos, llevaba un anticuado contenedor, de esos que se utilizaban para trasplantes de órganos casi un siglo atrás. Andrés se acercó al lugar de donde había llegado el sirviente y vio numerosas cámaras de incubación  la mayoría ocupadas con lo que parecían ser humanos en diversos estadíos de crecimiento.
-N-no s-se preocupe s-señor… los cl-clones est-tán en perfecto est-tado. Nos dispon-níamos a r-realizar una intervenc-ción de r-emplazo de h-hígado y p-páncreas en Martus- dijo temeroso. La criatura parecía querer contener su llanto frente a la situación, y salió rengueando sin darle tiempo a Andrés a responder. 
  Andrés se volvió hacia la cama, y miró a la persona que se encontraba ahí. Tenía su propio rostro, mancillado por el paso de los años y el abandono. Verlo trajo a su mente algunas imágenes del tiempo que había pasado en esa fábrica de clones, pensado que esos confines eran el mundo entero, del frío hombre al que llamaba padre, sin que el otro le dijera jamás “hijo”, y de un despertar en blanco y sin recuerdos, como un niño en un cuerpo de joven, fuera ya de ahí en el mundo real. 
  El sirviente volvió a aparecer, saliendo de una puerta trampa, trayendo a rastras un viejo proyector holográfico.  
- Cr-cre-creo que necesita esto, s-señor – el miedo que despertaba en el sirviento hizo que este dejara el proyector en el piso y se alejara lo más rápido posible antes que Andrés siquiera reaccionara.
 Lo único que le importaba ahora era saber la verdad. Apretó el botón de reproducir y un holograma de su creador apareció frente a él. Se quedaron callados, mirándose mutuamente. A pesar de ser solo un medio de almacenamiento de información, el holograma parecía vivo y pensante.
- Quiero saberlo todo- exigió Andrés.- Contame.  
- Análisis de voz válido. Reproducción en curso- dijo el holograma, antes de empezar a hablar.- Hace 42 años, mis investigaciones para alargar la vida humana a través de la clonación y la robótica habían llegado a su límite. Tras incluir clandestinamente tecnología de guerra en el diseño del Tyranoblastus, fui despedido de mi empleo en los laboratorios estatales. Decidí recluirme en esta granja para poder, en secreto, experimentar por nuevos rumbos, sin límites burocráticos ni legales. 
 “Contaba solo con mis propias manos. Por eso un primer paso fue la creación de robots a los que hice a mi imagen y semejanza por si en algún momento debía enfrentarme a asesinos a sueldo. Varias veces me salvaron la vida esos robots a los que, gracias a un momento de brillantez, hice inconscientes de su propia condición de máquinas. No tuve inconvenientes morales en quebrar la ley de regulación de Inteligencia Artificial, ya que mi objetivo era llegar más lejos que nadie antes en la búsqueda de la inmortalidad.
“Durante varios años experimenté con diferentes técnicas de clonación mejorada, y trasplante de órganos clonados, pero por alguna razón las copias eran siempre imperfectas. Al no contar con ayuda de nadie en mi plan secreto, uno de mis clones fue utilizado como conejillo de indias. Atrofiar el cerebro de Martus, como lo llamé, para que no pudiera rebelarse ni sufrir ante los experimentos fue algo difícil, pero ya me había acostumbrado a ver mi propia imagen en varios humanoides fallidos.
 “Finalmente lo logré. El secreto no estaba en copiar los órganos fuera del cuerpo para trasplantarlos después, sino en restaurar mi propio cuerpo en un nivel celular. Por eso inventé los neurobots. Además de potenciar varias de mis funciones psíquicas y físicas, los neurobots, con el estímulo energético adecuado, rejuvenecerían todo mi cuerpo. 
“Estaba seguro de haber encontrado la salida. No habría errores. Por eso decidí probarlos en mí mismo.       

-Aa-al insertarse la sss-sustancia usted perdió su mm-me-memoria, señor- agregó el sirviente, algo más tranquilo, mientras el holograma se desvanecía.- Cuidamos de usted c-como un hijo, especialmente Martus, a pesar de sus dificultades c-c-cognitivas.
“P-p-pero los robots enloquecieron al encontrar sus holomemorias. Se enteraron qu-que eran máquinas y nos quisieron convencer a to-todos de que lo mataramos. Martus lo es-escondió afuera, al ver lo que suce…

  Un golpe por la espalda tumbó al sirviente dejándolo inconsciente. Antes de que pudiera reaccionar, dos monstruosos clones agarraron a Andrés por los brazos, y un tercero se colgó de su cuello mientras se debatía y contorsionaba intentando zafarse. Más y más clones salían de la oscuridad y se arrastraban hacia él, mientras el que había golpeado al sirviente levantaba una vez más el pesado caño oxidado que usaba de arma. 

  El clon estaba por asestar el golpe cuando se derrumbó para atrás. Cyntheea, a espaldas de Andrés, volvió a pulsar el gatillo y otro de los clones recibió una enorme carga eléctrica. Andrés aprovechó la confusión para soltarse y correr junto a su compañera, llave de tuercas en mano.

- ¡No quiero lastimarlos! – gritó- sé que me odian, que los convencieron de que tengo un plan para aniquilarlos, que solo los utilicé… Pero ese no era yo. Se me dio una segunda oportunidad, ¡y ustedes también podrían tener una!
 Los clones avanzaban, murmurando guturalmente, sin prestar mayor atención a sus palabras. Otros nuevos les cerraban el paso por detrás, encerrándolos.

- Creo que no van a escucharte – dijo Cyntheea.- Y solo me quedan dos cargas. Dame tu arma, rápido.

  Cyntheea tomó la llave de tuercas, y trabó el caño de su escopeta eléctrica. Mientras le gritaba a Andrés que corriera, la tiró al aire y empujó al clon más cercano para abrirse lugar.

  Mucho menos ágiles que Andrés y Cyntheea, los clones no pudieron correr ni detener al arma en su caída. Solo pudieron ver el arco que dibujaba antes de caer y, con una gran descarga eléctrica, causar un cortocircuito en todas las máquinas a la vez. Las explosiones se sucedieron mientras Andrés ayudaba a Cyntheea a abrirse paso por entre los aturdidos humanoides.  

  Una vez en el exterior, y antes de caer en cuenta de todo lo que había pasado, Andrés quiso pedir auxilio para detener el incendio y salvar a los clones que aun tuvieran vida. Nadie le respondía. Todos los bomberos y las fuerzas de seguridad estaban atareadas con los disturbios sociales, igual que los agentes de U.R.R.A. que él mismo se había encargado de distribuir en diversas tareas por toda la ciudad. Apenas tomó la decisión de él mismo intentar salvar a sus clones, el granero se derrumbó sepultándolos definitivamente bajo toneladas de piedra, madera, cemento, y máquinas en ruinas.

  Cyntheea lo abrazó, mientras Andrés, entregándose al llanto por primera vez en años, se sintió a la vez más y menos humanos que antes. Antes de su nueva vida no había sido un robot: había sido un monstruo.

martes, 2 de febrero de 2016

10- Una respuesta

Era raro sentarse en ese gran escritorio, pero tuvo que hacerlo. No iba a permitir que le dijeran “el Jefe”, pero tenía muchas responsabilidades y formalidades que cumplir en su nuevo cargo de interino.
 Los enfrentamientos, aún aislados pero reproduciéndose de forma endémica, entre grupos robofóbicos y las autoridades se repetían en varias ciudades del mundo. La situación había obligado el rápido nombramiento de Andrés, agente altamente experimentado y que había demostrado frialdad y criterio en situaciones de presión y peligro, como autoridad máxima provisoria de U.R.R.A.
 El velorio de la Jefa, Elizabeth, había sido varios días antes del escape de Andrés del hospital, por lo que se lo había perdido. La ceremonia fue llevada a cabo con los más altos honores, a pesar de las urgencias. Andrés aún no caía en cuenta de todo lo que significaba no contar más con ella en U.R.R.A.; y en la vida, pues la consideraba su amiga.
-  Si la extraño, ¿significa que no soy un robot?- se preguntó. La cuestión volvía a él una y otra vez, sin descanso. Ya había analizado el asunto desde todas las perspectivas posibles, pero no encontraba una respuesta. Cyntheea le había dado los resultados de los análisis y estudios que le habían hecho durante su internación, pero el contenido de esos papeles estaba lejos de tranquilizarlo.
 Al parecer, su tejido orgánico estaba integrado, fusionado, acoplado, con una sustancia inorgánica, imperceptible, que la regeneraba y estimulaba, y a la vez se retroalimentaba de ella. La simbiosis era tan perfecta que no podían saber qué había estado primero, qué sostenía a qué, si su cuerpo o la sustancia. En su corazón, en sus órganos, en su piel, en todos sus órganos, la sustancia establecía conexiones casi infinitas. Andrés podía ser o bien el primer robot orgánico, o bien el primer humano robotizado a un nivel celular. Incluso su cerebro: si Andrés llegara a aprender cómo controlar esas conexiones, sus neuronas podrían trabajar combinando su pensamiento humano con el característico de la inteligencia artificial.
 Por seguridad, toda esta información era altamente confidencial. Los pocos científicos que conocían el caso esperaban ansiosos el momento de seguir estudiándolo, pero la guerra civil a punto de desatarse mantenía a todos los agentes de U.R.R.A. en ferviente actividad. Y Andrés, por otro lado, tenía otra información que solo Warkus conocía. A él ya le habían dicho que era un robot. Y sabía que había una sola persona que podría decirle más: el inventor que había creado al robot idéntico a él que asesinó a la Jefa, y que casi lo mata junto a Warkus.
 Las nuevas ocupaciones le impedían a Andrés dedicarle todo el tiempo que hubiera querido a encontrar al inventor, pero para tal fin creó un grupo especial con su gente más cercana, Warkus y la ahora agente de campo Cyntheea, a cargo. Esta última todavía no lo había perdonado. Aún sabiendo todo lo sucedido, no admitía que Andrés pudiera ser siquiera remotamente un robot, y menos que eso podría haber influenciado en sus sentimientos hacia ella. De todas formas había aceptado trabajar en el caso sin dudarlo.
 El ajetreo de la oficina y el intenso trabajo durante el día, no impedía que Andrés pasara la noche sin dormir. En el insomnio, buscaba la compañía de Sander.
- ¿Qué se siente ser un robot?- Andrés no era el primero en preguntarse sobre este tipo de cuestiones, pero para él había otra importancia en la respuesta.
- Quizá deberías hablar con especialistas en el tema- la respuesta de Sander no variaba.- No le preguntarías a un árbol qué se siente ser del reino vegetal. Y probablemente no sabría qué responderte, ni aunque hablara.
- No, filósofos es lo que menos necesito. Ser un robot daría explicación a tantas cosas de mi vida, ¡tantas! Pero algo en mí se resiste a esa idea.
- Los hechos son los hechos, Andrés. Deberías analizar lo ocurrido y encontrar ahí tu respuesta. Sin preocuparte por imposiciones culturales o amenazas de ultratumba de los grupos religiosos. ¿Qué importa a tu día a día si tenés o no un alma? Lo importante es que hay una guerra a punto de estallar, y vos estás en el lugar de ayudar a todos los robots del mundo, así como me ayudaste a mí cuando me sacaste de la oscuridad.
-¡No soy un mesías robótico!- Andrés, repentinamente, se sintió furioso. Pero lo que había dicho le había recordado algo. 
  
 Entró corriendo en las oficinas de U.R.R.A. El guardia, apostado en la puerta desde que habían comenzado los conflictos, desenfundó el arma listo para disparar, creyendo que alguien perseguía a Andrés. Después de disculparse, el nuevo jefe fue corriendo hacia su escritorio.  Se cruzó con varios agentes en el camino: los momentos de turbulencia exigían que se trabaje día y noche.
 Warkus y Cyntheea lo vieron pasar y fueron tras él. Andrés, ignorando a sus acompañantes, subió al ascensor y marcó el botón del tercer subsuelo.
 Bajaron en un salón enorme y con olor a humedad. En las paredes, y distribuidas regularmente en la habitación formando pasillos, había unos muebles altos como bibliotecas, pero en lugar de libros se apilaban innumerables tubos de colores que resplandecían tenuemente. La única luz de la habitación provenía de los tubos, por lo que el lugar parecía multicolor. A intervalos regulares, se escuchaba un zumbido y un nuevo tubo caía en un recibidor. Al llegar abajo de todo, sonaba una campanita. Se trataba de un antiquísimo sistema de mensajería interna.
 Un robot también antiquísimo, con óxido en varias partes de su mecanismo, se acercó a recibir el tubo. Andrés se acercó al robot, único encargado de los archivos internos de U.R.R.A.

-       Necesito algo muy especial.  Necesito toda la información que haya sobre la Sinfonía del universo y el autómata intérprete.
El robot se retiró sin decir palabra. Andrés, viendo que el robot no lo escuchaba, quiso ir tras él. Cyntheea lo detuvo con una mano en el hombro.

-       Andrés, no es momento de leer cuentos infantiles- a pesar de mantenerse calma, estaba preocupada y sorprendida, al igual que Warkus.
-       Vos no entendés, Cyn. Si la leyenda es real, hablar un rato con el robot intérprete podría solucionar mi dilema. Decirme si yo…
 Antes de que Andrés pudiera seguir, el robot volvió trayendo un tubo naranja.  Andrés, ansioso e intrigado, lo abrió. Adentro había un cuaderno. Se trataba de un diario detallando una investigación llevada a cabo por Carlos Herrán, el jefe anterior a Beatriz. Había también una carta, destinada “al jefe actual de U.R.R.A.”.  Cyntheea, espiando por sobre su hombro, sonreía al leer.
 << Todos y cada uno de los jefes de U.R.R.A. vivieron momentos de incertidumbre. No soy la excepción, y temo que usted tampoco lo sea. Todos en algún momento recordaron la leyenda del Autómata-intérprete, y la información sobre su paradero que el saber popular dice que se esconde en estas oficinas, y que solo los más altos rangos pueden conocer. Algunas leyendas hablan de un robot músico, cuya canción es una traducción musical de la vida. Otras dicen que, por el contrario, se trata de una canción que determina lo que sucederá en todo el universo. Resulta tentador, al encontrarse en algún embrollo, perderse en la búsqueda de una respuesta divina, definitiva, sobre lo que va a suceder.
 Hay información, y en cantidades. Hay registros interminables de alucinaciones de personas afectadas que dicen haber escuchado melodías milagrosas, y cosas por el estilo. Pasé casi la totalidad de mi carrera clasificando esa información, pero nunca pude acercarme al autómata. He llegado a sospechar que él mismo me perdía cuando estaba cerca de encontrarlo. Es que si realmente controla al universo con su canción, solo le bastaría una nota para interponer en mi camino cualquier distracción, cualquier camino alternativo que me alejara indefectiblemente.
 Y sí, usted puede acceder a mi información. Quizá sí sea su destino, quizá usted pueda llegar a ver lo que yo anhelé toda mi vida… escuchar aunque sea por un instante el sonido sagrado. Pero creo que antes de entrar en una exhaustiva investigación para encontrar a un robot, uno solo, que no puede ser encontrado si él así no lo planifica… Antes de buscar a un robot que podría ser una deidad para los humanos, y que no es seguro que exista, debe hacerse una pregunta: ¿realmente necesita ver al músico para escuchar la sinfonía de la que usted es parte?>>   
 Andrés se quedó pensando, entre la furia y la desorientación, hasta que Warkus rompió el silencio. A la vez que le daba una palmada en la espalda con una de sus cuatro manos, habló en un tono calmo que no era habitual en él:
-       Tiene razón, Andrés. Buscar dioses mecánicos o cazar leyendas nos haría perder un tiempo del que no disponemos.
 Andrés no tenía palabras ante eso. La carta lo había traído a la realidad: él había actuado dejándose llevar por la desesperación. Pero había encontrado una señal en esa carta. Estaba ahí, en esa pregunta: él era parte de la Sinfonía. Él era parte de un juego mayor que estaba sucediendo, siempre lo había sido. Alguien había orquestado su vida, o por lo menos lo había creado con un objetivo para él desconocido. Alguien había hecho que él fuera un robot casi humano, y que fuera el agente de U.R.R.A. que se cruzó con más robots rebeldes en menor tiempo. Hasta en el desierto, o en su tiempo libre. Y que se identificara con esos robots, que pudiera entenderlos. Como ese dinosaurio mecánico que dijo conocerlo. Ahí estaba la respuesta. Él mismo, Andrés, era una pista para encontrar a su creador.
-       Wakus, Cyntheea, escúchenme… Ya sé cómo llegar al inventor.